10/10/09

Michelle


Él siempre había sido diferente. No solo su forma de vestir llamaba la atención, siempre con esos ajustados pantalones negros y el sombrero ligeramente ladeado, dándole ese toque de chico malo que tanto me gustaba. Sabías que tenía algo distinto, algo especial, desde el mismo instante en que le mirabas a la cara. Sus ojos brillaban desafiantes y desconfiados en todo momento, su gesto estaba congelado en una constante media sonrisa que le convertía en un verdadero enigma.
Pero, a pesar de todo, no era eso lo que me atraía de él. Al menos, no lo que conseguía volverme loca. Era su voz. Ese sonido suave y oscuro, que conseguía hacerte palpar cada palabra, que te envolvía e hipnotizaba. Eso era lo que realmente me había llevado a caer en sus redes. Sabía herir con sus labios más de lo que nunca lograría con los puños. Sabía como arrancarte lágrimas o suspiros sofocados.
Y, oh, ¡cómo utilizaba su magia! Era el único que conseguía hacer huir a Carlos. Ese pequeño monstruo, estúpido y orgulloso de serlo, siempre terminaba agachando la cabeza ante Erik.

Nunca había podido evitar que mi mirada se desviase hacia él cuando nos cruzábamos. Que mi respiración se detuviese al escucharle hablar. Que la sangre tronase en mis oídos cada vez que nos rozábamos. Sí, siempre había tenido claro que él era especial, que tenía algo diferente que atrapaba la mirada de cualquiera. Esa era su magia.

Lo que nunca habría podido imaginar era que él se fijase en mí. Ningún aura de misterio y sensualidad me envolvía. No era la más guapa ni la más lista, tampoco la más llamativa. Simplemente era yo misma. Y tal vez por eso, él me había visto.

Al principio no pensé que su interés fuese más allá de la mera curiosidad, al fin y al cabo yo era un bicho raro. Nunca me había molestado esa etiqueta hasta ese momento. Entonces deseé con toda mi alma poder ser otra cosa, alguien que llamase su atención por algo más que salirse del montón.
Y me enfadé. Me enfurecí conmigo misma por ser como era, con él por verme así, con el mundo por haberle colocado en mi camino.

Pasó el tiempo y asumí que éramos amigos. Empezó a ser suficiente. Susurraba en mi oído con confianza, me tocaba con cariño, me miraba con aprecio. ¿Qué más podía pedir un bicho raro que tan solo despertaba extrañeza?

Pero entonces llegaron los Beatles y todo volvió a complicarse. Michelle se convirtió en una pequeña obsesión para mí. Él, mi mejor amigo, mi confidente, lo sabía perfectamente. Y el día de mi cumpleaños, guitarra en mano, se presentó en mi casa. Yo no quería abrirle, no quería saber por qué estaba allí. Pero él siempre fue más tozudo que yo. Se coló en mi habitación, echó la llave a la puerta y lo hizo. Simplemente lo hizo.

Si la letra de la canción me había gustado en boca de Paul, entonada con la magia de su voz directamente me trastornó. Las notas vibraban en mi interior, mi sangre fluía al ritmo que marcaba su voz.
Me senté en el borde de mi cama, con la cabeza gacha, intentando desesperadamente ocultar el sonrojo, las lágrimas y el sofoco. Porque, oh, nadie puede imaginar lo mucho que yo deseaba llamarme Michelle en ese momento.

Cuando terminó, se quedó en silencio, mirándome expectante. ¿Me había gustado?
Pero en mis oídos todavía sentía su susurro, acariciándome como terciopelo. Permanecí inmóvil, disfrutando de esa sensación que posiblemente nuca volvería a mí. Y al fin él se acercó. Tomando mi rostro entre sus manos, me obligó a mirarle.
Con delicadeza recogió los gruesos lagrimones que surcaban mi rostro y como si no se diese cuenta, se los llevó a los labios. Lamió la sal de mi llanto sin dejar de mirarme en ningún momento. Me sonrojé aún más, deseando ser algo más que una amiga, algo más que un bicho raro.

—¿Tan mal lo he hecho? —interrogó con suavidad.

Cerré los ojos, agotada de pronto. Su olor, esa mezcla de especias y tierra mojada, me confundía demasiado como para fiarme de mis palabras. Sacudí la cabeza, deshaciéndome del abrazo de sus manos.

—¿Qué te pasa, cielo?

—No —gemí—. No me llames así. Yo no soy Michelle.

Tardó un segundo en comprender. Fue suficiente para que yo quisiera desaparecer. Lo había estropeado todo, ya no habría más susurros cariñosos, se habían terminado los toques confiados.

—Oh... tonta —sonrió, retirándome el pelo de la cara y obligándome a mirarle de nuevo—. ¿Todavía no te has dado cuenta de que eres mi Michelle?

Ante mi mirada atónita, me besó. Y yo le besé. Y ya no pudimos separarnos.


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Nunca habría podido imaginar que él me vería, pero el hecho de que quisiese estar conmigo seguía pareciéndome un maravilloso sueño.

Un firme abrazo rodeó mi cintura y yo me arrebujé contra el pecho de Erik. Mi Erik.

—Hola, Michelle —susurró en mi oído.

Me sonrojé bajo el influjo de aquella palabra llena de implicaciones, de dulzura y sensualidad. Cada vez que me llamaba así, su voz me acariciaba con un toque tan íntimo, que bastaba para estremecerme y hacerme jadear.
Sus labios se deslizaron por mi cuello, mordisqueando juguetonamente mi piel. Lancé las manos hacia atrás, buscando su cuerpo para estrecharle contra mí. Su calidez y su aroma me envolvían, el mundo había desaparecido de mi percepción. Y es que, cuando estábamos juntos, no necesitaba nada más, no quería nada más.

—¿Qué pasa, maricona? —gruñó una voz a nuestro lado. A un lado que no debería de existir—. ¿Desde cuando los tipos como tú meten mano a alguna desgraciada?

Negándome a abandonar mi suave nube de ensueño, entreabrí los ojos para encontrarme cara a cara con Carlos.

—Siempre dije que la monstruita era una tía muy rara, pero nunca pensé que le fuesen esas cosas —rió, acompañado por sus amigos.

Noté a Erik tensarse. Sus brazos me apretaron contra su pecho en ademán protector, pero no dijo nada. ¿Dónde estaba esa réplica que yo tanto admiraba? ¿Cuál era el problema?
Y entonces me di cuenta de que yo era el problema.
Había oído a muchas chicas criticar a Erik por la forma en que le seguía el juego a Carlos y le plantaba cara. A ninguna le gustaría que su novio dijese esas cosas. El tipo con el que estuviesen tenía que ser el más macho del grupo.
Yo nunca había compartido, ni entendido, esa forma de ver las cosas. Sabía que a Erik no le gustaban los chicos. Y aunque así hubiera sido, tampoco me habría importado. A mí me gustaba así. Y si encima yo le gustaba a él, ¿cuál era el problema?
Pero el no podía saberlo. Tal vez, conociéndome como me conocía, debería haber podido imaginárselo. Pero no lo sabía.
Quizás esa era la razón de su vacilación. No querer... ¿qué? ¿Decepcionarme? ¿Dejar de volverme loca? Tonterías. Al fin y al cabo yo era un bicho raro. ¿Por qué esperar que reaccionase como el resto del mundo?
Así que, con un aplomo que no sentía, fui yo la que le plantó cara a Carlos. Y si dije lo que dije fue solo por él. Para que Erik lo escuchase de mis labios y nunca, por ninguna razón, tuviese que volver a detener el hechizo de sus palabras. Porque sabía que él estaba conmigo y que terminase como terminase la cosa, no me iba a soltar, me iba a proteger.

—¿Estás celoso, Carlos? Si me lo pides por favor seré buena y te dejaré tener un ratito a Erik... Pero solo si me dejáis mirar.

—¿Qué coño...?

—Ya la has oído grandullón, si te portas bien, te daré un besito —intervino Erik, reaccionando por fín.

Estrechándome contra él, me arrastró lejos de allí. Carlos no dijo nada. Supongo que la vergüenza de haber enrojecido ante sus amigos fue peor que cualquier cosa que nosotros pudiésemos hacer. No nos sentíamos mejor ni más fuertes, sencillamente podíamos volver a besarnos con tranquilidad. Porque eso fue lo que hicimos.

Al fin y al cabo yo era suya, pero él también era mío. Era el único que podía llamarme Michelle.








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Para entender bien este relatillo, es necesario conocer la canción Michelle, de los Beatles.



Hace poco tuve una época en que me dio muy fuerte con esta canción y noo podía parar de soñar con algún chico que me la cantase al oido... Ufff.... Sofocos me entran solo de pensarlo :$
Si es que en el fondo soy una romanticona repelente que supura azúcar por todos los poros de su piel... Tsk... Pero no se lo digáis a nadie ^^

El caso es que hace poco tuve una malsana conversación con Sarah que me llevó a revivir estos recuerdos y ya se sabe, que estas cosas afloren no es nada bueno. Sin embargo, creo que por Susi me veré obligada a añadir que NADA DE ESTO SUCEDIÓ, NI DE LEJOS NI DE CERCA, EN LA REALIDAD, TODO ES PURA INVENCIÓN.

Todos los relatos tienen pinceladas de algo que he vivido o experimentado, si no creo que quedarían demasiado... etéreos. Esa no es la palabra adecuada, pero en este momento no sé explicarme mejor. Personalmente creo que para escribir algo, aunque sea la más absurda fantasía inimaginable, hay que poder conectarla con la realidad de alguna manera. Si no nunca abandonará por completo la mente del autor y será... eso, una idea.


Por último, dedico este relato, lleno de significado, (la literatura no es casual... y si lo es, ¡ahora mismo me suicido como Melibea! que diría Ramón) a Sarah. Tan solo podía ser para tí, que para eso eres la culpable de todos mis males. Hay que ver cómo te quiero y cómo me complicas la vida, jodía.
(Sí, te quiero, ¿te he dicho ya que te quiero?)

Y esta vez también toca dedicarselo a Mew y a Reika.
Porque sí, Mew, aunque parezca antinatural yo también sé escribir tierrrnasss historias de amor. Y Reika, simplemente fue la primera con la que discutí con yaoi y relaciones homosexuales en mitad de un rol. La conversación con Carlos me producía cierto deja vù al escribirla... cofcof.... Cosas que le pasan a cuando se queda despierta hasta las seis... supongo.

En resumen, esta historia es una gran paranoia, fruto de recuerdos que afloran y sueños frustrados. Por favor, no le déis muchas vueltas y disfrutad de la canción, que si bien no es de las mejores, a mí me ha transtornado bastante durante mucho tiempo.


Michelle

Michelle, ma belle.
These are words that go together well,
My Michelle.

Michelle, ma belle.
Sont les mots qui vont tres bien ensemble,
Tres bien ensemble.

I love you, I love you, I love you.
That's all I want to say.
Until I find a way
I will say the only words I know that
You'll understand.

I need you, I need you, I need you.
I need to make you see,
Oh, what you mean to me.
Until I do I'm hoping you will
Know what I mean.

I love you.

I want you, I want you, I want you.
I think you know by now
I'll get to you somehow.
Until I do I'm telling you so
You'll understand.

I will say the only words I know that
You'll understand, my Michelle.


2 comentarios:

Sarah dijo...

Realmente me ha conmovido la historia. Ya te comentare mis impresiones a la cara, ¿Como que la causa de tus males?.
En fin, que yo tambien TE QUIERO MUCHISIMO Y TE ECHO MUCHO DE MENOS.
Hoy te desperte, lo siento de veras. Por la tarde te llamare, te he dejado unas horillas para que cuando te llame seas otra vez persona.
En fin guapa, hablamos!

Me ha encantado, te lo repito.

Mew dijo...

Lo prometido es deuda: aquí está mi comentario.
Me está gustando mucho esto de ser tu beta-tester (¿se dirá así? creo haberlo leído alguna vez en FanFiction pero...), tengo acceso a los textos antes que nadie y tiempo para comentarlos con la autora ¡wow! Aunque a pesar de eso hay veces que la mente me juega malas pasadas e imagina situaciones absurdas en las que el malo sale de la cama de los protagonistas para asustarles (más consecuencias del trauma horrible que arrastro gracias a El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado), pero bueno, son minucias al fin y al cabo, minucias...
Que conste que el que te esté dejando un comentario no tiene nada que ver con que me hayas amenazado con morderme un pie ni nada de eso. Porque, como ya has dicho antes, eres un cacho pan con mermelada dulce y sé que nunca jamás llegarías a tales extremos.

Aclarar que mi pobre madre ve emos por todas partes, y a veces incluso mi padre. ¿Entiendes ahora porque considero el silencio y la falta de comunicación con mis progenitores como algo necesario? Es contarles algo y se morirán si no lo sacan a relucir cada dos por tres... pero qué se le va a hacer. Seguiré con mi mutismo y me reservaré ciertos temas para comentar con las amigas.

¡Un beso!