22/7/10

Estocada

*Este relato contiene escenas LEMMON O LIME, DE CONTENIDO SEXUAL.



Estocada. Estocada. Finta, estocada y paso atrás. Suspiraron ambos a la vez, profundamente aburridos, y como si hubiera sido la señal que esperaban, se lanzaron el uno contra el otro, olvidándose de todo lo demás. No les importó que hubiera más gente en el patio de entrenamiento, las quejas que se despertaron a su alrededor, ni los cada vez más efusivos gritos de ánimo para Walker. Estaban luchando.

Kanda era mucho más veloz y tenía una técnica impecable. Sus movimientos eran fluidos, imparables, letales. Giraba y se deslizaba alrededor de Allen sin que este pudiera hacer nada para seguirle, pero eso no tenía importancia. Aunque no supiese mucho de espadas, aquel arma era una extensión de sí mismo. Detenía los golpes por instinto, golpeaba una y otra vez las defensas del moreno, con cabezonería, sin desfallecer.
Y entonces pasó. Allen encontró un punto por el que atacar, quebrando la defensa inquebrantable, y sin pensárselo dos veces, se lanzó a por Kanda. Con un brusco movimiento en el último momento, el moreno esquivó el ataque y cayó sobre Allen, golpeándole el brazo sin piedad. La espada voló entre los dedos del chico, acompañada de un quejido ahogado. Le había hecho daño.

—¡No te pases! —se quejó Allen, frotándose la zona magullada.

—Llámame la próxima vez que quieras recibir una paliza, moyashi —espetó Kanda, marchándose de allí sin esperar a que la gente pudiese agruparse a su alrededor.

Allen hizo intención de seguirle, pero una preocupada Lenalee se lanzó sobre él impidiéndoselo. Y entonces quedó atrapado por una pequeña multitud emocionada por el enfrentamiento.




Bajo el intenso chorro, con las manos apoyadas en la pared y la cabeza gacha, el agua caliente caía con fuerza sobre su espalda, relajando poco a poco sus músculos y su expresión. Le gustaba sentir la quemazón en la piel y saber que todos los cristales estarían empañados cuando saliese de la estrecha cabina. De alguna forma, no verse reflejado le daba una relajante sensación de aislamiento.

Y de pronto, un suave chasquido perturbó su calma. Un chasquido como el que haría una puerta al abrirse. Prestó atención unos segundos y aunque no fue capaz de oír nada extraño, la magia se había roto. Con un gruñido de enfado, cerró el grifo.

Terminaba de enrollarse una suave toalla a la cintura cuando el chasquido se repitió y Allen Walker entró en las duchas.

—¡Lavi! —sonrió, sorprendido al descubrir al pelirrojo— ¿Me has visto en el patio? ¡He estado a punto de vencer a Kanda!

Una vez más, el joven Bookman enrojeció al sentir que le habían pillado con las manos en la masa. Por supuesto que le había visto. Había observado sus burdos movimientos, que detenían a Mugen con una eficacia sorprendente; su cuerpo en tensión y su rostro contraído, concentrado en adelantarse a los golpes del rival; la forma en que fruncía el ceño y el pelo golpeba su frente empapándose de sudor. Oh, sí, como siempre, Lavi había estado atento a cada pequeño detalle. Al fin y al cabo era un Bookman y su papel era observar. Pero eso era algo que jamás podría admitir en voz alta, después de todo, también se había percatado de la forma, casi compulsiva, en que el joven exorcista buscaba a Lenalee con la mirada.

—No, lo siento, yo… —Lavi vaciló un instante, pensando qué excusa inventar para ocultar su vergüenza—. Estaba haciendo cosas con el panda, no pude acercarme a mirar.

—No pasa nada, la próxima vez pienso vencer a Kanda y así podrás verlo, ¿vale?

Lavi asintió con una sonrisa estúpida, convencido de que diría que sí a cualquier cosa que él dijese. No sería la primera vez que se dejaba liar en alguna estúpida aventura, empujado por la fantasía de poder ganar su corazón aunque no fuese nada más que por insistencia. Pero era difícil ser uno mismo en su presencia, era difícil sonreír con naturalidad y verle marchar con Lenalee.
Tenía que dejar de pensar en Allen, decidió, una vez más. Empezar a verle como un simple compañero, tratarle como trataba a todos los demás. No, mejor aún, tendría que escuchar las palabras del viejo panda y aprender a tratarles a todos como mero objeto de estudio. Así no importaría en la habitación de quién durmiese Allen Walker.

-Oh, por cierto, ¿has visto una toalla azul y blanca? —preguntó el chico, sonrojándose ligeramente al hablar—. Lenalee se la dejó aquí esta mañana.

Demasiada información, pensó Lavi. Realmente no tenía ninguna gana de saber qué hacía la chica en las duchas masculinas y mucho menos por qué sabía Allen que había estado allí. Oh, no, no necesitaba que nadie le diese más pistas.

—Aquí no hay nada —cortó rápidamente, antes de que el exorcista empezase a pasear por los baños.

—¿Seguro? Bueno, de todas formas voy a echar un vistazo.

Sin que él pudiese hacer nada para evitarlo, Allen empezó a pasearse calmadamente por los baños, buscando con cuidado, como si esperase que la toalla fuese a aparecer debajo de algún azulejo en cualquier momento. Lavi se recogió en un rincón, dejándole el paso libre, temeroso de ponerse en su camino. En aquel momento, era demasiado consciente de su desnudez y la privacidad que ofrecía el cuarto de baño. Su cuerpo reaccionó inmediatamente, endureciéndose bajo la toalla ante la idea de poder arrinconar al chico entre el vapor. La prominencia bajo el suave algodón era ridículamente evidente y cuando Allen se acercó a su rincón, se dio la vuelta en un impulso desesperado. No podía permitir que le viese así.
Imbécil, pensó, eres un jodido imbécil, Lavi. Y es que al notar la presencia del chico a su espalda, al sentir su mano sobre su hombro, sus cuerpos tan malditamente cerca el uno del otro, creyó que se moriría de excitación. Aquello se parecía demasiado a cualquiera de sus sucias fantasías. Tan solo un poquito más cerca, tan solo un par de prendas menos…

— ¿Estás bien?

Su voz sonó contra su oído. Demasiado cerca, demasiado íntimo. Lavi se maravilló de que la toalla se mantuviese en su sitio.

—Sí… —articuló, con voz tensa, más grave de lo normal—. Sí, estoy estupendamente. Ve con Lenalee, anda.

La necesidad de refugiarse en una de las cabinas de las duchas y arreglar el problema que crecía entre sus piernas era demasiado urgente. Y si Allen no desaparecía de allí en seguida, estaba dispuesto a pedirle una mano para ayudarse. Oh, sí, eso le estaría bien merecido por ir provocando a la gente. La culpa sería suya y solo suya por meterse en el cuarto de baño mientras los demás se duchaban. Afortunadamente el chico no tardó más de dos segundos en decidirse y desaparecer, dejando a Lavi hundido y excitado.

—Mierda… —masculló el pelirrojo, encaminándose a una de las duchas—. Eso ha sido genial, sencillamente genial. Podría haberme puesto a dar saltitos a su alrededor como un monito babeante y habría sido mucho menos patético.

—Estoy de acuerdo —comentó una voz a su espalda.

Una voz seria y grave, con un ácido tono de sorna que le puso la piel de gallina. Una voz inconfundible, con nombre propio: Yuu Kanda.

—Yuu… —el horror teñía la voz de Lavi. Si el otro no había presenciado la ridícula escena al completo, su erección, que por fin empezaba a desaparecer, era más que suficiente para dejar al descubierto su pequeño secreto—. ¿Cuánto… ¿Cuánto tiempo llevas ahí?

—El suficiente para haberte visto babear ante ese estúpido moyashi.

Como si la vergüenza no hubiese sido suficiente, tenía que aparecer Kanda. Una pesadilla, decidió Lavi, aquello tenía que ser una maldita pesadilla.
Aún así, no se apartó cuando Kanda avanzó hacia él con paso firme y resuelto. Una pequeña parte de él se alegraba de haber sido descubierto y poder dejar de ocultarse a sí mismo de una vez por todas. No esperaba que le rechazasen ni le tratasen como a un paria, esa no era la razón de su silencio, simplemente resultaba demasiado embarazoso, demasiado comprometido. Al fin y al cabo era un Bookman, y los Bookman debían limitarse a observar y recordar, no compartían sus intimidades con el objeto de su estudio.

—Cada día estoy más convencido la estupidez de ese maldito medio albino —siguió Kanda, cerniéndose sobre el pelirrojo.

El exorcista avanzaba y Lavi empezó a retroceder, sintiéndose vulnerable y desconcertado. El chico todavía llevaba la camiseta y los pantalones con que había estado entrenando. Aquella camiseta se ajustaba demasiado a su cuerpo, pensó Lavi. La forma en que la tela se abrazaba a su estómago, permitiendo imaginar la forma de sus abdominales era casi soez. Y oh, el hecho de que no tuviese mangas era ya el cúlmen de la provocación. Dejar a la vista esos bíceps, que se dibujaban suavemente bajo su piel… Sí, sin duda un comportamiento reprobable.
Y es que, a pesar de que fuese Allen el que se hubiese hecho dueño de sus sueños en los últimos meses, Lavi no se había vuelto ciego y durante muchos años, Kanda había sido un interesante tema de estudio. Oh, sí, antes de que Allen llegase a la Congregación de la Sombra, había sido el moreno quien poblaba su más oscuras fantasías. Y todavía lo seguía haciendo, recordó Lavi, con un leve sonrojo.

—Sin embargo, hay que reconocer que tiene un efecto muy interesante sobre ti, usagi —masculló Kanda, cortando sus pensamientos.

Lavi notó la pared contra su espalda y se supo cazado, arrinconado por un imponente predador de melena azabache. El chico se detuvo apenas a un paso de él, con una sonrisa entre pícara y maliciosa que Lavi jamás había visto en su rostro. Con un fluido movimiento se deshizo de la goma que recogía su pelo, que cayó en una suave cascada sobre sus hombros, y se quitó la camiseta, descubriendo un cuerpo perfectamente formado. Con cuidado de mantener la distancia entre ambos, levantó los brazos y colocó las manos a ambos lados de la cabeza del pelirrojo, atrapándole contra la pared, borrando cualquier posibilidad de huída.
Definitivamente aquello tenía que ser un sueño, pensó Lavi, quizás ya no mereciese el nombre de pesadilla, pero sin ninguna duda, no podía ser real. Se negaba a creer que Yuu Kanda, el frío, el impasible, se plantase ante él como recién salido de alguna sucia fantasía erótica.

—No sé de qué me hablas.

—Oh, ya lo creo que sí. Ambos sabemos lo que piensas cuando ese estúpido moyashi está
cerca— murmuró Kanda, aferrando su erección, de nuevo inmensa.

Lavi se estremeció ante el contacto y creyó que le fallarían la piernas cuando el chico apretó suavemente. Un sueño, se repitió una y otra vez, intentando pensar en otra que no fuese aquella maravillosa mano sosteniéndole y… Oh, mierda, deslizándose entre los pliegues de la toalla hasta que nada se interpuso entre piel y piel.

— ¿Qué diablos…

—Ya no me miras como antes, Lavi. No pongas esa cara, claro que lo sabía, siempre lo supe. ¿Por quién me has tomado?

Acarició su longitud sin dejar de mirarle a los ojos, remarcando su posición. Lavi sentía bullir todo su cuerpo y la cabeza le daba vueltas. Aquello era el maldito sueño caliente más vívido que jamás había tenido. La pared y los fríos azulejos parecían el único vínculo con la realidad que le quedaba; todo lo demás ardía, todo lo demás era sexo. Había dejado de existir cualquier cosa no fuese Yuu Kanda y sus mágicas manos.

—He venido a recuperar lo que es mío. El moyashi ha elegido a doña coletitas, así que olvídale de una vez y vuelve a mirarme a mí.

De pronto, Kanda le soltó y antes de que pudiese darse cuenta de lo que sucedía, sus manos, ahora firmes sobre sus hombros, le obligaron a darse la vuelta contra la pared. Con un suave tirón, le quitó la toalla, lanzándola lejos, y se estrechó contra la piel desnuda de Lavi.
El pelirrojo era perfectamente consciente del roce áspero de los pantalones y la cálida suavidad de su piel; de los negros mechones que, como seda, acariciaban su espalda; de la dura erección que empujaba contra su trasero.
Sentía la calidez de su respiración en el cuello y no pudo evitar inclinar la cabeza hacia atrás, buscando el contacto de los labios del chico. Casi pudo escuchar una risita antes de que Kanda deslizase su lengua, ardiente y húmeda, a lo largo de su cuello.

El moreno saboreó la piel del Bookman, sintiendo una especie de liberación ante el contacto. Hundió la nariz entre sus cabellos pelirrojos y mordisqueó con suavidad su oreja, recreándose en las sensaciones que los estremecimientos del otro chico provocaban en él.

Había imaginado aquel momento muchas veces, pero, sin ninguna duda, estaba resultando infinitamente mejor de lo que jamás podría haber pensado. Desde que Allen Walter había llegado a la Congregación de la Sombra, robándole la atención del joven Bookman, le había detestado. Inmediatamente había decidido tomar cartas en el asunto y, o bien deshacerse de Walker, o bien recuperar a Lavi para sí mismo. Ya que Komui parecía apreciar bastante la vida del chico, al final tuvo que decantarse por la segunda opción, pero no había decidido qué hacer exactamente hasta aquel mismo momento. Presenciar aquella patética exhibición había sido la gota que colmaba el vaso.

Lavi apoyaba las manos firmemente contra la pared, desesperado por mantener algún tipo de apoyo para evitar caerse. Los labios y la lengua de Kanda trabajaban calmadamente sobre su espalda, haciéndole estremecerse de arriba a abajo. Ahora lamía su cuello, ahora mordisqueaba su clavícula.
Las manos del moreno habían vuelto a deslizarse sobre su cuerpo. Una de ellas se mantenía firme sobre su vientre, acariciando la piel de su estómago y manteniendo sus cuerpos tan pegados que casi podrían fundirse. La otra volvía a su lugar, sobre la dura erección de Lavi. Con lentitud, Kanda envolvió su extensión y empezó a moverse muy, muy lentamente arriba y abajo. El pelirrojo jadeó y se estremeció, todo su cuerpo en tensión, su alma concentrada en esa mano que subía y bajaba.

Sintiendo el placer del otro en su propio cuerpo, Kanda aceleró el ritmo. Saberse dueño de aquella respiración acelerada, señor de los jadeos entrecortados que escapaban de los labios del pelirrojo, era todo cuanto habría podido desear. Él era la causa de los gemidos, de ese rítmico movimiento de cadera, del sudor que perlaba todo su cuerpo. Era excitante pensar que podía controlar todo aquello, que el joven Bookman estaba en sus manos y él podía decidir alargar su placer o dejarle ir.
Le sostenía contra su propio cuerpo, respirando contra la curva de su cuello, saboreando su olor. Mordisqueando la suave piel del chico, aumentó las sacudidas hasta que sus jadeos y gemidos llenaron la habitación, hasta que le notó estremecerse y estallar entre sus dedos.
Suyo, Lavi era suyo, y saberlo, era lo mejor que había experimentado nunca.

—Dime, pequeño usagi —gruñó en su oído con voz ronca, impregnada de sexo, — ¿crees que Allen podría darte algo parecido?

El otro sacudió la cabeza, todavía incapaz de articular palabra. No, sin ninguna duda, nadie se la ponía tan dura como Yuu. Daba igual que Allen fuese tierno y divertido, mientras Kanda estuviese cerca, nadie más volvería a reinar en sus sueños.



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Los personajes y la trama original pertenecen exclusivamente Katsura Koshino.


Este relato me ha llevado muchas horas de pensar guarrerías y muchas, muchísimas comeduras de cabeza. Lo empecé en Noviembre, después del Salón del Manga, donde leímos el tomo de D. Gray Man, el maléfico tomo con una última escena que suscitó sucios pensamientos en la depravada mente de Mew... y en la mía también.
La imagen me llevó a empezar el que sería mi primer fic yaoi. Pretendía escribir un sucio YuuAllen, pero tras la primera escena me atasqué. Pasaron varios meses, uno tras otro, sin que se me ocurriese nada más. Y es que, seamos sinceros, esa pareja no me convence mucho más que en momentos puntuales.

Entonces sucedió el milagro. Leyendo un fic de Harry Potter (sobre mis amados Merodeadores, por supuesto) encontré la inspiración que me faltaba. Un fic maravilloso sobre una yaoística relación SiriusxLupin. Genial, de verdad.
Sucedía en los baños y leyéndolo fui capaz de imaginarme a Kanda entre el vapor y junto a él... a Lavi. Retomé la escritura pero entre estudios y exámenes terminé abandonándolo de nuevo.

Más adelante, al pensar en retomarlo, me di cuenta de una fecha que se acercába rápidamente: el cumpleaños de Mimi. ¿Y qué me jor regalo para ella que un relato cochino con su amado Kanda como protagonista? El único problema era que tenía que terminarlo a tiempo para su cumpleaños y antes de irme a Galicia, donde no escribiría nada. Eso me daba un par de semanas de margen.... un par de semanas que pasaría en su casa. ¡Oh, desastre!
Sin embargo me las apañé bastante bien para escribir a escondidas y hacerme la interesante cuando Mew sabía lo que hacía.

Ha sido la primera vez que escribo un relato con fecha de entrega y la verdad es que ha sido bastante agobiante. Cada vez que me bloqueaba me enfadaba y me ponía nerviosa, pensando que no lo terminaría, lo que me bloqueaba aún más. Al final no me ha quedado tan largo ni tan sucio como tenía planeado (falta una escena dentro de las duchas que os haría salivar a muchos jojojo), pero me gusta el resultado. Espero que a vosotros también.

Ahora, solo me queda decir, una vez más...

¡¡FELIZ 190 NO-CUMPLEAÑOS, MIMI!!

2 comentarios:

Reika dijo...

OMG! !!!!
Niwa, no puedes escribir estas cosas aquí, no puedes, porque entonces yo las leo y... y... oh, me ha encantado.

Que suciedad por dios, y encima dices que falta una escena más sucia... Si la hubieras puesto hubiera muerto xD.

Muchas felicidades por este fan-fic, es tremendo.

Eso sí con el final del post me he reído mucho "Feliz 190 no-cumpleaños" xDDD. Eso creo que pasará a la historia.

Un besoooo

Mew dijo...

Aay hija, aay... me he arrastrado desde la butaca con ayuda del bastón para poder venir a dejarte un comentario. Vosotras decís que 190 años no son tantos... pero ay hija, van haciendo mella en mí. Maldita Reika xD

Me ha encantado, y a pesar de habérmelo leído ya (en primicia nada más y nada menos Jojo :D), no he podido evitar la tentación de releerlo una vez más. Hay que ver que cosas tan sucias escribes, seguro que tu intención es mandarnos a todas de cabeza al infierno. Si lo sabré yo...

Bueno, piénsate lo de hacer esa segunda parte (tan deseada por aquí), porque triunfarías. Y ahora me vuelvo a mi butaca, con una mantica por si refresca, antes de que sea demasiado tarde y el gato se lleve mi bastón. Aaay, casi dos siglos pesan en mis huesos, aaayy...