15/4/09

Amor


El ambiente estaba cargado, tan solo se respiraba humo y sudor. El suelo, cubierto de serrín y cigarrillos. Pero él era indiferente a todo esto, concentrado simplemente en el hielo de su whisky. Sacudió la ceniza de su cigarrillo en el suelo y volvió a echar una mirada aburrida hacia la puerta. No le gustaba aquel lugar. Había mugre por todas partes y las chicas apenas merecían una mirada. Unas cuantas mujeres entradas en años y carnes, que intentaban lucir mucho más de lo que tenían y una jovencita de uniforme, apenas una niña. Pero él no era de esos, se dijo. Suspiró, absorto de nuevo en el líquido dorado. Aquel lugar era un agujero de mala muerte, con prostitutas baratas y whisky de mierda.

El trabajo solía llevarle a vertederos de ese tipo, al fin y al cabo trabajaba con despojos. Se rió ante ese pensamiento. Estaba deseando salir de allí y volver a casa. Pensó en el fuego cálido y el sexo desenfrenado que le esperaban. Si, era un maravilloso plan. Tomó un trago de su vaso y arrugó el ceño con desagrado, aquello no podía ser más que meado.

Se abrió la puerta y por fin la vio aparecer. Como siempre, llegaba con retraso y como siempre, estaba impresionante. Llevaba un largo abrigo negro que disimulaba su espectacular figura, pero sus ojos, de un marrón muy común, brillaban con intensidad entre hebras de rojizo cabello. Llevaba los largos bucles pelirrojos entrelazados con hebras negras y plateadas en un extraño recogido y unas botas negras, de altísimos tacones, que asomaban por el bajo del abrigo. Incluso sin enseñar un solo centímetro de piel, aquella era la mujer que más le excitaba en todo el local. Quizá por su mirada feroz, quizá por las sinuosas curvas que sabía se escondían bajo la ropa. O quizá lo que le atraía era el hecho de ella se negase a abrirse de piernas para él.

—Hola, Amor —la saludó en un susurro cuando se aproximó lo suficiente.

Ella se quitó el abrigo con parsimonia y se sentó junto a él en la barra. Iba enfundada en un apretado corsé y unos ceñidos pantalones que se perdían en el interior de las botas, todo de un magnífico cuero negro que parecía moverse con ella. Él sonrió con perversidad. Sabía que le gustaba el cuero, pero también sabía que solo se vestía así para ocasiones especiales. La habían interrumpido en mitad de la fiesta, pensó, y eso significaba que iba a estar de muy mal humor.

—¿Te has dejado el látigo en casa? —la pinchó. Le encantaba enfadarla. Aquella mujer tenía el peor carácter que él hubiese conocido nunca.

—¿Te vas a beber eso? —preguntó ella, haciendo caso omiso de sus palabras—. Necesito beber algo.

—Te vas a envenenar— advirtió, mientras ella se llevaba el vaso a los labios—. En serio, si fueras un ser humano normal, no creo que tu cuerpo aguantase mucha mierda de esa.

—Afortunadamente no lo soy.

Dejó el vaso vacío frente a él y le arrancó el cigarrillo de entre los dedos. Él sacudió la cabeza, divertido, y encendió un nuevo cigarro que sacó de un bolsillo.

—¿Sabes que te daría un entero encantado, verdad?

—Me gusta más el que ha estado en tu boca —respondió ella, con voz sugerente.

—Si lo dijeras en serio, toda esa ropa no te duraría mucho puesta.

—Tienes suerte de que sea una broma, soy demasiado dominante —ella rió ante sus propias palabras —. Aunque me gustaría verte intentarlo, Camino.

—De momento aprecio este cuerpo, no quiero cambiar de cara tan pronto.

—Vaya, el horrible monstruo roba almas también tiene miedo de la dulce Amor. Qué cosas.

Él se encogió de hombros, indiferente. Llevaban demasiado tiempo trabajando juntos como para seguir reaccionando ante los ataques del otro. La rutina era un asco, cada día estaba más convencido. La miró en silencio mientras terminaba el cigarrillo de una última calada y lo dejaba caer al suelo. Observó el movimiento de su cabello, sus pechos prietos en un abrazo de cuero que se contoneaban con un ritmo regular, hipnótico. Y se perdió la kilométrica línea de sus piernas, imaginando la lechosa piel que se escondía bajo todo ese negro. Sacudió la cabeza en un intento por despejarse cuando la imagen de Amor, desnuda bajo él, se hizo demasiado sólida. Todo aquel querer y no poder se estaba convirtiendo en algo enfermizo, y lo peor era que estaba seguro de que ella deseaba verle perder el control. Igual que estaba seguro de que terminaría muerto si se le ocurría excederse en cualquier sentido. Al fin y al cabo se trataba de Amor.

—¿Empezamos ya? —inquirió ella, con un deje de maldad en su voz—. ¿O necesitas que llame a la colegiala?

—Vamos a terminar este maldito encargo. Tengo a las gemelas desnudas en casa.

—Pobrecillas, deben estar muy aburridas.

—Ya encontrarán algo que hacer.

—Entonces como mis chicos. A Kyo le gusta que les mire —rió, ante el recuerdo— tiene un punto perverso que me encanta.

—¿Porque quiere audiencia?

—No, por lo que hace cuando miro.

Por el brillo en sus ojos, prefirió dejar de preguntar. No se consideraba un tipo conservador, pero la idea de sexo duro que tenía Amor seguía dándole escalofríos de vez en cuando. Aquella mujer mantenía una siniestra cruzada contra el sexo masculino, seguramente por deformación profesional, pero aterradora al fin y al cabo. El trabajo les afectaba a todos. Pensó en Olvido, en Capricho, incluso Paz había terminado con un grave trastorno de personalidad. ¿Estaría él tan mal como los otros? Sin duda debería, era el que más razones tenía después de todo, pero él se encontraba perfectamente normal.

—¿Quién es el afortunado? —preguntó Camino, dejando de lado sus pensamientos.

—El del fondo. Ese cabrón se ensañó con ganas, voy a disfrutarlo mucho.

Él miró hacia donde señalaba y reconoció al tipo enseguida. Ya cuando había entrado en el bar apenas se mantenía en pie, no estaba muy seguro de que Amor pudiese desquitarse a gusto con él.

—Está como una cuba, tendrás suerte si se mantiene consciente.

Ella se encogió de hombros y con un suave contoneo de caderas se deslizó hasta le mesa en que se había desplomado el hombre. Camino afinó el oído, le encantaba escuchar las conversaciones de Amor con sus víctimas, era realmente divertido ver la cara de aquellos desgraciados.

—Hola hombretón —saludó ella con un ronroneo—, me llamo Amor.

Se sentó frente a él con un movimiento fluido. El cuero se ajustó a su figura y el corpiño se apretó, elevando sus pechos. El hombre, a pesar de estar prácticamente ciego por el alcohol, captó aquel detalle. Amor se dio cuenta de que su atención se había quedado en el generoso escote y se inclinó sobre la mesa lentamente, apretando sus pechos y regalándole una perspectiva mucho mejor para babear.

—Jo... José, soy José. —tartamudeó él, con voz pastosa.

—Lo sé, pero no esperaba encontrarte por aquí, José.

—¿Nos... nos conocemos?

Ella rió. Él apartó por primera vez la mirada de su escote e intentó centrar la vista en su rostro, buscando una cara conocida.

—En realidad no, pero tu mujer me ha hablado mucho de ti. Tenía ganas de conocerte, chico grande.

—¿Mujer? ¿Mi mujer?

—¿No sabes de qué te estoy hablando? Tú la sueles llamar zorra y pedazo de mierda, tal vez eso te diga algo.

—¿Quién eres? —preguntó él, empezando a ponerse nervioso.

Desde la barra, Camino sonrió con un nuevo whisky entre las manos.

—Ya te lo he dicho, cielo, mi nombre es Amor. Soy el Amor herido, el Amor humillado, el Amor vengativo.

José la observó con aspecto confundido. Tenía una mirada acuosa, miraba sin ver, y tampoco parecía estar lo suficientemente sobrio como para digerir tantas palabras seguidas.

—Tú... ¿eres amiga de Marta?

El rostro de Amor perdió ese toque seductor en un momento y se volvió de piedra. Camino se relamió, saboreando el momento de antemano. Oh, le encantaba cuando algún idiota conseguía enfadarla de verdad.

—Amigas, amigas. ¿Acaso le permites hacer amigas? —susurró con frialdad Amor—. Creí que era solo tuya, que solo tú la podías tener. No, no soy su amiga, a fuerza de golpes ella aprendió a callar. Saca los ojos de mi escote —ordenó, al ver que él se mantenía en silencio—. No eres lo suficiente hombre para tener siquiera derecho a mirar mi piel.

Aquellas palabras parecieron llegar hasta su agotado cerebro y José reaccionó.

—¿Qué...? Tú... ¡zorra! —balbuceó, atragantándose con las palabras—. No sabes de lo que estás hablando. ¿Quién te has creído que eres?

José se incorporó, haciendo intención de golpearla, pero ella fue más rápida. Cuando él se quiso dar cuenta, una fuerte tenaza de sus manos le aprisionaba el cuello, ahogándolo. Camino se apresuró a dejar caer parte de su encanto sobre ellos. Algunas personas en el local se volvieron hacia el alboroto, pero no vieron más que a un José borracho, inconsciente sobre la mesa.
Mientras, a salvo de miradas curiosas, Amor apretaba con fuerza la flácida piel de José, disfrutando cada uno de sus desesperados jadeos. Con un gran esfuerzo de voluntad, le soltó momentos antes de que perdiera la consciencia.

—No te atrevas a levantarme la mano. No a mí. Porque te juro que la próxima vez que pienses en herir a una mujer te la cortaré, ¿me oyes? Un mero pensamiento y allí estaré yo para darte tu merecido, escoria.

Había terror, odio y confusión en los ojos de él. Si no hubiese estado tan borracho seguramente habría sido más hábil al reaccionar, pero el alcohol había embotado sus sentidos demasiado. Camino seguía maravillado de que pudiera mantener los ojos abiertos, estaba convencido de que cualquiera hacía tiempo que habría caído en coma.
José se acercó una jarra que tenía cerca y bebió con parsimonia ante la mirada furiosa de Amor. Se limpió los labios con la manga y sonrió un instante antes de eructar en la cara de la mujer. Ella inspiró lentamente y se limpió unas babas que le habían salpicado la mejilla, mientras una sonrisa cruel transformaba su rostro. Camino se estremeció. En aquel momento Amor había dejado de ser bonita para convertirse en la personificación de todos los terrores de este mundo. Y aquel imbécil seguía riéndose en su cara.

—Ve a casa, José —ordenó ella, con voz sedosa—, ve con Marta.

Él se carcajeó con una risa estúpida y se dirigió a trompicones a la puerta. En ningún momento se planteó por qué obedecía a aquella desconocida ni fue consciente de lo que acababa de ocurrir. Simplemente, de pronto tuvo el imperioso deseo de volver a casa.

Camino vio, desconcertado, cómo Amor dejaba marchar a José. Ella se levantó con lentitud y se acercó hacia él, con un gesto cruel grabado en el rostro. ¿Qué se había perdido?
De pronto se escuchó un rechinar de frenos y un estruendoso golpe. Gritos. Todos salieron del bar en tropel, intentando averiguar lo ocurrido y dejándoles solos.

—¿Qué demonios...?

—El tráfico, creo —murmuró ella, con una amplia sonrisa.

Camino no necesitó nada más para entender.

—Joder, Amor, podrías haberlo hecho de otra forma —reprochó él—, es repugnante recolectar el alma de un maldito puré de sesos.

—Habría sido mucho peor si le hubiese llegado a poner las manos encima, te lo aseguro. Ese cabrón llevaba dando palizas a su mujer desde el mismo día de la boda, e incluso después de matarla siguió golpeando el cuerpo. ¿De veras esperabas que me ensuciase las manos con él?

Camino reconoció el odio que envenenaba la voz de Amor. ¿Cuántos siglos llevaba vengando almas destrozadas? El Amor vengativo, había dicho. Sí, le parecía un nombre bastante acertado. Suspiró cansinamente, aquella mujer, por muy poco humana que fuese, había quedado enferma de rencor y odio para siempre. Y de nuevo le surgió la duda de si él mismo también se habría visto afectado por sus quehaceres. Una eternidad extrayendo las almas de los cadáveres no debería haberle dejado indiferente.
Con repugnancia y oculto bajo un encanto que le evitaba miradas ajenas, hurgó entre los restos todavía calientes de José hasta encontrar lo que buscaba. Lanzó el pequeño fragmento de hueso que acababa de conseguir a un pequeño saquillo que colgaba de su cadera. En él guardaba siempre un pedazo de cada alma que guiaba, era su propio baúl de los recuerdos.

Se frotó la nariz con la manga para limpiar unas gotitas de sangre que habían salpicado, decidiendo que el trabajo no le había afectado. No, él era el único que todavía estaba cuerdo. Y con esta nueva determinación se puso manos a la obra, todavía le quedaba trabajo que hacer con el alma de aquel desgraciado.



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Image by B3NN3TT

Esta vez me he puesto algo más morbosilla de lo habitual pero la verdad es que este relatillo me gusta bastante. Llevaba tiempo dandole vueltas en la cabeza a la imagen de un ángel de la muerte, un espíritu vengativo y lleno de odio, y este ha sido el resultado.

Espero que os guste a vosotros también ^w^

5 comentarios:

Anónimo dijo...

es to caxondo el relato casi parece un relato de sexo asta q se pone bestia pero sigo sin entender 1 cosa... se va a casa con marta.. pero la mató? entonces esta muerta o viva? jeje weno aun asi esta currado sigue asi ;)

.susi. dijo...

juuuuuer te ha kedaoo exteeeensooooo jajajjaja

bsts tq!

Niwa dijo...

Bueeeno... Me alegro de que te haya gustado ^^ pero creo que en el final te has perdido un poco xD José no llega a casa nunca, el cadaver que revuelve Camino es suyo. No se si se entiende bien... queria dejarlo un poco al propio entendimiento de cada uno (que cada uno decida el papel de Amor en todo) y tal vez me ha quedado un poco demasiado en el aire. En realidad Marta solo aparece porque la nombran ^^

Anónimo dijo...

pero esta viva o muerta? xD a mi tampoko m a kedao claro pero esta to xulo jeje m mola q revuelva en los restos jaja sigue asi niwa


SakE-OsCar

Mew dijo...

¿De sexo? Como se nota que no has leido a Meredith Gendry xD
Wooo! que arte tienes para escribir por dios, yo de mayor quiero ser como tú *.* La verdad esq yo no veo de donde vienen esas dudas con Marta, claramente dice que siguió golpeando el cadaver de su esposa en la última paliza... mmh.. la única explicación posible esq yo soy una chica avispada (jojojo no me lo creo ni na xD)
Hablando de historias guays, aparte de q tienes q pasar urgentemente por el foro, te dire que ya he terminado The Host. Allá por la página 400 se pone interesante y todo. Precioso, te lo voy a dejar la próxima vez que nos veamos.
Buee pues eso mujer, que ya nos veremos.

Bss!