13/11/10

Binary World


El año pasado, mi profesor de informática empezaba el curso diciéndonos que los ordenadores son totalmente estúpidos y simples. La máquina no sabe nada, no entiende nada, no conoce nada; lo único que hace la máquina es amontonar unos y ceros y aplicarles una serie de directivas.

Para el profesor, esta era una diferencia clave y esencial entre ordenador y persona, ya que nosotros somos capaces de comprender y trabajar con información cargada de detalles y matices.
Bien, no voy a llevarle la contraria y a intentar convencer a nadie de que las personas no percibimos detalles e informaciones complejas, ni mucho menos. Sin embargo, pese a ser capaces de tratar con elementos de este calibre, irremediablemente nos vemos empujados a simplificarlos a su máxima esencia hasta poder clasificarlos de alguna forma.
Así, cogemos el concepto persona y lo comprimimos, lo filtramos y destilamos hasta que obtenemos un simple Raúl o Lucía que podamos meter en el grupo de los hombres o de las mujeres.

Nosotros, que podemos tener una concepción compleja del mundo, hemos creado las estructuras e ideas necesarias para poder reducirlo todo a una realidad binaria. Y si no, parad a pensarlo un momento. Si yo digo blanco, vosotros pensáis... negro; si digo alto... bajo; si digo gordo, flaco, y así hasta que nos cansemos. ¿Alguno ha pensado en negro.... y gris? ¿En mediano y bajo? Una concepción totalmente binaria.

Por eso, incluso hoy en día, cuando hacemos gala de tolerancia, respeto y todas esas cosas que suenan tan bien y son tan políticamente correctas, somos incapaces de asumir o aceptar sin problemas algunas cosas. Podemos lidiar con hombres y mujeres, con homosexuales y heterosexuales, al fin y al cabo se trata de dos grupos con características distintas que podemos separar sin problemas. Estupendo.

El verdadero problema surge cuando intentamos lidiar con un tercer grupo, con algo que no podemos incluir ni excluir, que no podemos encajar en nuestro feliz mundo binario.

Porque una persona transexual sin operar no puede etiquetarse de manera ordinaria, la idea de mujer con pene u hombre con vagina no vale; o es mujer o es hombre y eso significa renunciar a cualquier característica del otro grupo. Así que clasificamos y nos olvidamos de que nuestra vecina María tiene un paquete que ya lo querrían muchos. 
En ese momento en que comparte algo de ambos grupos, le extirpamos una parte y nos quedamos solo con lo que nos gusta y podemos asimilar.

Si queréis otro ejemplo, pensad en bisexualidad. Ni homo ni hetero, BI. ¿Y qué diablos hacemos con esto? ¿Le atraen los hombres o las mujeres? ¿Es un 1 o un 0?
No cabe en ninguna de las clasificaciones que conocemos, por tanto, dudamos de su existencia. La tachamos de confusión, de lascivia,... De lo que sea con tal de meterlo en alguna de las cajas que tenemos.

¿Y realmente es tan duro tirar abajo esta realidad totalmente binaria? Puedo aseguraros que no lo es. Por supuesto, es mucho más fácil sentarse en el salón a ver la televisión, pero con un pequeño pensamiento, podemos destruir esos esquemas de ordenador y recuperar lo que es nuestro. Nosotros somos los que renunciamos a ello, y por tanto, los únicos capaces de devolvérnoslo.

2 comentarios:

Charlie D. dijo...

No somos números, somos personas.

Lo cuál es infinitamente más entretenido.

No sé. Lo que dices es muy interesante. Yo he aprendido a desconfiar de los extremos, ya sea izquierda o derecha, blanco o negro, todo o nada. Y supongo que ese desconfiar, ese querer ser libre sin atarse a nada, esa cierta individualidad, es lo que da miedo a la gente. Ya sabes, es el "o estás conmigo o contra a mí". Y a mí que nunca me interesaron las batallas... en fin.

Niwa dijo...

Sí, somos personas. Personas complejas, retorcidas y llenas de misterios, muchos de ellos desconocidos incluso para nosotras mismos.
Pero también es cierto que tenemos una forma de pensar infinitamente mucho más simple. Hacemos nuestras listas, ponemos etiquetas y a correr. Reducimos la maravillosa inmensidad de una persona a un par de etiquetas e ideas.

Quizá sea porque no podemos abarcar más, porque no somos tan inteligentes ni tan profundos como queremos hacernos creer. Aunque sinceramente, creo que es una cuestión de vaguería y dejadez. Al fin y al cabo, es mucho más fácil colgar un cartelito que pararse a conocer a alguien. Eso es un trabajo duro que requiere tiempo.

Y por eso mismo soy pro-términos-medios. Viva todo aquello que requiera algo más que una palabra para definirlo. ¡Abajo los unos y los ceros! ¡Vivan los treses, los cincos y los veintisietes!